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Un gran fin de semana. Nico descansa en su carrito, suspirando, despeinado después del trajín que acabó ayer por la tarde. Ha visto de cerca un buho real y una lechuza, tortugas y mariposas tropicales, puzzles grandes de madera… Ha metido sus manos en sustrato universal, ha probado el tiramisú, ha ido a casa de Lola, de Enea, ha cambiado la hora para adaptarse a la primavera, ha descubierto el tobogán y ha visto skateboarding… Vuelve a suspirar y da otra vuelta en el carrito.

Los que no han ido nunca al Parque de las Ciencias dejan escapar una oportunidad como pocas. Sobre todo los que tienen hijos o sobrinos. Este museo abarca mucho más de lo que parece, y debería ser uno de los grandes orgullos de esta provincia. Olvídense de las matemáticas o la física de los libros. Allí hay robots parlantes, animales exóticos, exposiciones vivas, juguetes didácticos… Sin embargo, ahora mismo -y desde hace unos meses- exhiben una muestra de animales disecados con el subtítulo de ‘El arte de la taxidermia’ que no sé yo… Supongo que sí que tendrá su arte eso de vaciar animales y manipularlos para que aparentemente estén vivos y en ‘pause’, y que no tendrá nada que ver con ningún tipo de maltrato a estas especies. Es cierto que impresiona mucho ver a un elefante congelado con toda su envergadura. Pero es que no sé yo… Tamara y yo lo miramos con cara rara, Nico se frota el asa del chupete con la mano derecha mientras succiona, que es lo que hace cuando no termina de comprender. Es como si a este elefante le faltara algo. Respirar, será eso, que no respira. Mejor nos vamos a ver a la lechuza, que está viva, aunque la pobre se cree que el cuidador es de su familia y le llama con dulzura («Crruaaaairrg, crruaaaairrg»), una llamada a la que Nico responde sin sacarse el chupete de marras («¡Grruuuuuuuu!»). Como a la lechuza le dé por venir, menudo susto.

Bola de Oro

También hemos estado en las nuevas instalaciones municipales de Bola de Oro. Tan nuevas son que hasta los bancos de madera estaban aún envueltos en plástico de burbujas. «No, si esto no está estrenado, es que nos hemos metido todos a jugar porque ya estaba listo», nos explicó una madre. Efectivamente, además de toboganes, casas de plástico, mesas de ping-pong o fuentes, hay dos grandes pistas de skate con todo tipo de rampas de cemento, otra pista de tierra para BMX y una pista pequeña para bailar breakdance (o eso anuncian) y ya están llenas de chavales con sus cascos (de música, no de seguridad), sus pantalones de colores y sus tablas. Dice el PSOE que estas pistas ya están dando problemas, pero nosotros no vimos ninguno en toda la mañana. «Hay que ver que los niños ya lo han pintado; a ver lo que les dura», añadió la madre con sus botas llenas de polvo. Cualquiera le explicaba lo que es un grafitti.

Recuerdo que cuando trabajaba en el periódico recibimos quejas de vecinos de la zona porque los skaters hacían ruido y bebían cerveza. Los chavales respondieron en una carta firmada por unos cuantos en la que pedían respeto para lo que consideraban un deporte urbano. He de decir que estos chicos escribían mucho mejor, con más educación y más argumentos que el colectivo vecinal. Cosas de la vida. Yo habría dado mucho cuando era chaval por tener unas pistas así y grabar videos como éste -mi tabla, una Gordon&Smith naranja que ya debe ser pieza de coleccionista, qué recuerdos-. Y encima en Bola de Oro, que no sé lo que significa, pero suena bien.

Mientras veía cosas así, con mis pantalones de domingo y mis zapatos negros recién embetunados, me sentí un poco carca. Les miraba desde el tobogán azul de plástico, que está bien, sí, y Nico le ha perdido el miedo a deslizarse por él, pero a mí también me gustaría tirarme por una de esas rampas… Qué narices, sigo teniendo esa pequeña cicatriz en el tobillo. Y ese tobogán estaba aún sin inaugurar, nos habíamos saltado una norma para practicar ‘toboganing’. ¡Hijo mío, ya eres un rebelde urbano! ¡Estoy orgulloso!

Ahora Nico se despierta en el carrito, suspira una última vez y me mira con un ojo entreabierto y frotándose el asa del chupete, como preguntando: «¿Pero en que estás pensando?». No, no, en nada, déjalo.

La astilla y el palo

Somos padre e hijo. Yo tengo treinta y tres años y él treinta menos, lo cual nos da una perspectiva distinta de las cosas. Vivimos en el Realejo, en Granada, y aquí decimos lo que queremos decir. Faltaría más.

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